
Viaje a la ciudad de chocolate
- Publicado por Juan Manuel Baixauli
- El 24/02/2014
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Es delicioso, estimulante y hasta dicen que adictivo. No hay duda de que el chocolate es un placer irresistible, sublime si lo combinamos con una ruta temática de sabores especiales y genuinos. En esta ocasión me he propuesto hacerle un homenaje al paladar a través de una escapada a la dulce y pintoresca ciudad de Brujas, meca del chocolate que deleitará tus cinco sentidos.
Brujas es una diminuta ciudad medieval salpicada de canales y calles adoquinadas en las que encuentras una chocolatería en cada esquina. Una ciudad exquisita de la que te separa un breve vuelo de distancia. Es más, nuestra proximidad con la ciudad belga se plasma también en la historia, ya que su relación con el chocolate empezó cuando los españoles del siglo XVI trajeron el cacao desde América y lo mezclaron con el azúcar.
El laboratorio más dulce
El goloso idilio ha acabado convirtiendo a Brujas en un auténtico laboratorio del chocolate auspiciado por más de 50 maestros chocolateros y donde los nuevos talentos no dejan de sorprendernos con nuevos y sofisticados sabores. Incluso me atrevería a decir que en ninguna ciudad del mundo hay chocolates de mejor calidad que en Brujas.
Claro que, el marco en sí es tan apetitoso como el propio chocolate. La ciudad entera parece sacada de un cuento de hadas, con sus románticos canales, sus casas de colores y sus construcciones medievales que le han otorgado el merecido apodo de ‘La Venecia del norte’. Es apasionante sumergirse en la ciudad a través de un paseo en barca. O sentirse uno más de sus habitantes que recorre sus callejuelas en bicicleta.
Cualquiera que sea tu opción, deja las prisas y los remordimientos en la maleta y déjate atrapar por sus innumerables chocolaterías, muchas de las cuales se conservan prácticamente igual que cuando abrieron. Porque en este viaje a Brujas se trata de mirar y de probar. Haz caso a tus ojos y no intentes resistir la tentación de probar esos bombones que, te aseguro, son tan deliciosos como parecen.
Un corazón de cacao
Mi ruta recomendada comienza en la plaza Groten Markt, el auténtico corazón de Brujas, inconfundible por el palacio y el campanario que la flanquean. Desde aquí se puede tomar una callejuela que conduce hasta Burj, la segunda plaza más importante de la ciudad y sede del ayuntamiento local. La calle, de apenas 50 metros de longitud, está invadida por chocolaterías con provocativas esculturas de chocolate, bombones y pralinés. Confieso que estuve más de una hora recorriendo esta calle, probando todo tipo de dulces en cada uno de los establecimientos… ¡Es imposible resistir la tentación!
Chocolate Line es parada obligatoria. Sus maestros chocolateros, Dominique y Fabienne, son famosos por transformar el cacao en indescriptibles delicias que en gran parte van destinadas a los restaurantes con más estrellas de la ciudad. Dentro de la tienda te recibe de inmediato un sugerente aroma de chocolate envuelto en un ambiente de nostalgia y romanticismo. La decoración de madera y la forma de exponer los bombones, como si de joyas se trataran, resulta sublime, al igual que el mimo con el que trabajan cada bombón… ¡Por momentos da pena devorarlos!
Creo que una experiencia es mejor cuantos más sentidos entran en juego y, desde luego, no es lo mismo comerse un bombón en cualquier circunstancia, que en este marco incomparable, fruto de una larga tradición artesana y de su saber hacer.
La propia Dominique me confesó que, en la búsqueda de la perfección, a veces tardan meses en elaborar un nuevo bombón. Y asegura que en un bombón de Chocolate Line se aglutinan todas las experiencias sensoriales. Te recomiendo descubrirlo por ti mismo probando, por ejemplo, los “esnifadores de chocolate” que en su día deleitaron a los mismísimos Rolling Stones.
Una ciudad sin edulcorantes
Si aún necesitas alguna escusa para rendirte a la tentación de Brujas te confesaré algo que nada tiene que ver con mi pasión por el chocolate…
Siempre he dicho que para mí el Gran Viaje llegará el día que podamos viajar en el tiempo, visitar un lugar y vivirlo en tu propia piel como los viajeros de su época. Por eso cuando recorro las calles de una nueva ciudad, trato de imaginarme cómo era la vida allí hace 200 o 300 años.
Persigo la huella del pasado y cuanto más intacto permanece el lugar más auténtico me resulta. Y lo que me seduce de Brujas es precisamente ese aire medieval tan genuino que se plasma en la majestuosidad de sus castillos y palacios, los campanarios y las diminutas calles de adoquines bañados por los canales, todo fundido con el irresistible sabor a cacao.
Pocos saben que, a pesar del tiempo y de dos guerras mundiales, casi todo el trazado de la ciudad de Brujas se mantiene intacto desde el siglo XVIII. Recorrerla es sentir que has vuelto al Medioevo y a disfrutar del chocolate sin edulcorantes: solo el sabor inconfundible de las manos artesanas que han modelado, generación tras generación, verdaderas obras de arte de golosa inspiración.
En cuanto al alojamiento, merece la pena escogerlo en el centro de la ciudad, donde encontramos edificios antiguos perfectamente restaurados para que conserven su encanto y su esplendor.
Personalmente me decanto por el Hotel de Orangerie, un antiguo convento del siglo XV frente al canal Den Dyver que combina la calidez junto a la chimenea de leña con su singular decoración basada en antigüedades y telas de colores. Si puedo elegir, elijo la suite que da al canal. No se puede pedir más.
¿No te apetece esta experiencia bañada en chocolate?
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